Ahí estaba yo, en mi primer día de colegio, después de uno de esos veranos de adolescente que uno recuerda toda la vida. La primera semana siempre era una mezcla de tristeza y de emoción. Supongo que era algo que vivíamos todos nosotros, o al menos todos los que habíamos dejado atrás nuestros pueblos, con todo lo que eso significaba.
Volver a ver a los amigos pronto reconfortaba y aquel día estaba especialmente ilusionada por empezar las clases de francés. Abrimos la primera hoja del libro, la profesora encendió aquel viejo radiocasete y escuchamos atentos el comienzo de la primera lección: «C’est la rentrée!» Decía una alegre voz femenina.
Los idiomas nunca han sido mi punto fuerte y por aquel entonces ya nos obligaban a lidiar con un carro de ellos, así que mi interés por el francés duro escasas semanas. Y todo quedó en el olvido. ¡Todo, menos la dichosa frase que taladra mi cabeza año tras año!
C’est la rentrée! C’est la rentrée! C’est la rentrée!… ¿Será posible? ¿Qué broma de memoria selectiva es esta?
Así que en esas estoy. Sí, un año más. Toca volver y, como siempre, una mezcla de tristeza y de emoción me sobrepasan. Suerte que esto ya lo he vivido antes, y pronto me doy cuenta de que la emoción por los nuevos proyectos siempre gana a la nostalgia. ¡Quién dijo miedo! ¿Empezamos?
Imágenes © Begoña Lumbreras | El tornillo que te falta
Qué fotazas y que recuerdos con C’est la rentrée ! ;)
¡Tristeza, miedo, emoción y ganas se mezclan estos días, cierto! Me ha gustado mucho tu entrada. Un abrazo!